martes, 14 de septiembre de 2010

Una visión diferente de Garcilaso

Garcilaso, objetor

Por Mariano Calvo


"Nel mezzo del cammin di nostra vita", alrededor de los treinta y cinco años de edad, Garcilaso perdió la suya –"antes de tiempo dada a los agudos filos de la muerte"– el 14 de octubre de 1536. El poeta coqueteó constantemente con la muerte y el amor en peligroso baile a dos bandas, concluyendo, como él presentía, con el triunfo anticipado de la muerte, que al final siempre resulta nuestra amante más tenaz y posesiva.


Su muerte le sobrevino prematuramente, pero no le cogió desprevenido. Diseminada en su obra se perfila el continuo presentimiento de la fatalidad, el permanente augurio de una muerte temprana en el ejercicio de las armas:
"Ejercitando, por mi mal, tu oficio,Colaboraciones
soy reducido a términos que muerte
será mi postrimero beneficio."

La crítica tradicional ha hecho de Garcilaso el paradigma del caballero al gusto romántico, elevando a arquetipo su figura de gentilhombre que tomaba con igual maestría "ora la espada, ora la pluma". Pero a menudo el arquetipo oculta al hombre. Lo que esa antigua crítica entiende como feliz complementariedad de facetas literarias y guerreras, Garcilaso lo sintió como desgarramiento de polos contradictorios: "Diverso entre contrarios" se definió, como autorretrato visionado en el espejo de su biografía bipartida.


Ni siquiera en el campo de batalla dejó Garcilaso de lanzar su permanente grito de angustia, que era la patética protesta de quien, poseyendo un sensible corazón de poeta, se vio abocado a la "furia infernal, por otro nombre guerra". Y así, en los descansos de la batalla o en las pausas de las penosas marchas, Garcilaso abandonaba con alivio la espada para componer, en escapismo que tiene mucho de deserción mental, sonetos de amor y églogas de ninfas y pastores.
Garcilaso no halló lugar en su mundo de creación para misticismos de reclinatorio ni apologéticas guerreras, pese a lo cual su mujer lo mandó esculpir de guerrero y arrodillado, y la historiografía patriotera ha gustado de recrearlo para la posteridad como el modelo de soldado–poeta.


Al final, nadie es dueño de su imagen. El poeta del amor, que se vio a sí mismo como "conducido mercenario", ha sido finalmente alzado a los pedestales de la fama en traje de campaña.


A Garcilaso sólo puede redimirle el que se le vuelva a leer con ojos nuevos, sin prejuicios. Con ojos de objetor, sin ir más lejos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario